jueves, 2 de febrero de 2017

Ai, Mouraria

Amália Rodrigues



Amália da Piedade Rodrigues nació en Lisboa en 1920, en el barrio de Pena, hija de un zapatero y músico que hacía lo posible para sostener a sus cuatro hijos y su mujer. Resulta una referencia ineludible del fado en el siglo XX pero conviene preguntarse por qué, cuál es la causa de que esté enterrada en el Panteón Nacional portugués, por qué se la consideró la mejor embajadora de su país ante el mundo.

Aunque cantaba en familia desde muy pequeña, sobre todo tangos de Gardel, a los 9 años ingresó en una escuela, aún analfabeta. Tuvo que dejarla a los 12 para ayudar a la familia como bordadora. A los 15 años vendía fruta en la zona de Casi da Rocha. Ya entonces, su especial timbre de voz atraía la atención y por ello la incitaban a cantar, cosa que hacía de buen gusto. 

En 1940, con veinte años, se casó con el guitarrista Francisco da Cruz, gracias al cual tuvo una oportunidad en el teatro María Vitória. Allí fue donde conoció a Frederico Valério, que había de ser el compositor de muchos de sus fados. En 1943, tras sólo tres años de matrimonio, se divorcia y emprende una carrera independiente llegando, gracias a la intercesión del embajador, a cantar en Madrid. Escalando poco a poco en su profesión, tuvo la oportunidad de cantar en la opereta “Rosa Cantadeira” junto a la consagrada Hermínia Silva en 1944. Su gira por Brasil fue de tal éxito que poco después tendría un espectáculo organizado en torno a su figura contando solo 24 años. Precisamente fue allí, durante la gira de cuatro meses que cantaría por primera vez un fado que la haría famosa, obra de Valério: “Ai Mouraria”.

Desde aquello años su proyección fue mucho más allá de los habituales circuitos del fado: Brasil, África. Tras el estreno del filme “Capas Negras” en 1947, el mismo Hollywood se interesaría por ella que, en cambio, prefirió buscar su presencia en París. Esa vocación internacional aumentaría considerablemente en 1950, cuando participara en numerosos espectáculos por toda Europa apoyando el plan Marshall estadounidense por Italia, Suiza, Francia e Irlanda, donde cantó “Coimbra”, la canción que popularizaría la cantante francesa Yvette Giraud como “Abril en Portugal”.

Finalmente, llegó a Estados Unidos en 1953 cantando para la televisión de aquel país. Ya por entonces su gusto se ampliaba y era aficionada a interpretar canciones del flamenco. Fue por entonces (1954) cuando grabara el primero de sus muchos discos.

Vamos así adivinando que, aún teniendo un nuevo modo de cantar el antiguo fado, uno lleno de brío, pasión y elegancia, uno de los aspectos más diferenciados es la proyección internacional de la música portuguesa por el mundo. Países a los que nunca había llegado el fado se interesaban por él, conseguía poner a Portugal en el mapa musical europeo. Ninguno de sus antecesores había llegado tan lejos y tan decididamente, tal vez reduciéndose a su ambiente lisboeta, sus casas de fado, y algunas giras a Brasil o tierras africanas, donde había una especial sensibilidad a esta música. Amalia, en cambio, la hizo presente con gran seguridad en ámbitos que hasta entonces nada sabían de ella. En 1961 volvió a casarse, esta vez con un ingeniero brasileño, César Seabra, con quien estaría hasta la muerte de éste en 1997, dos años antes de que ella misma falleciera. 



Como a tantos otros fadistas de su generación, la Revolución de abril de 1974, supuso una considerable desatención hacia el fado (identificado con la dictadura) y un quebranto económico importante, justo cuando rebasaba sobradamente la cincuentena. Aunque con el tiempo recibiera numerosas condecoraciones y honores, restituyendo el crédito que siempre tuvo, para entonces su mejor momento había pasado. Aún editó en 1997 un disco de grabaciones inéditas de treinta años antes y hasta publicó un libro de poemas pero, envejecida y debilitada, murió repentinamente con 79 años.

  
Ai Mouraria
da velha Rua da Palma,
onde eu um dia
deixei presa a minha alma,
por ter passado
mesmo a meu lado
certo fadista
de cor morena,
boca pequena
e olhar trocista.
Ai Mouraria
do homem do meu encanto
que me mentia,
mas que eu adorava tanto.
Amor que o vento,
como um lamento,
levou consigo,
mais que inda agora
a toda a hora
trago comigo.
Ai Mouraria
dos rouxinóis nos beirais,
dos vestidos cor-de-rosa,
dos pregões tradicionais.
Ai Mouraria
das procissões a passar,
da Severa em voz saudosa,
da guitarra a soluçar.


(Pulsar para ver el vídeo)



¡Oh, Mouraria!
de la vieja calle de Palma, 
donde un día 
dejé presa mi alma, 
por haber pasado
justo a mi lado 
cierto fadista 
de color moreno, 
boca pequeña 
y mirar malicioso. 
¡Oh, Mouraria!
del hombre de mi encanto 
que me mentía, 
pero que yo adoraba tanto. 
amor que el viento, 
como un lamento, 
llevó consigo, 
incluso más ahora
que a toda hora 
Traigo conmigo. 
¡Oh, Mouraria! 
De los ruiseñores en los aleros, 
de los vestidos de color rosa, 
de los pregones tradicionales. 
¡Oh, Mouraria! 
De las procesiones al pasar, 
De la Severa con voz triste 
de guitarras resonar.

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